jueves, 17 de noviembre de 2022

COMPLETA PAZ, 2 Crónicas 14:1-5

COMPLETA PAZ, 2 Crónicas 14:1-5 

Durmió Abías con sus padres, y fue sepultado en la ciudad de David. Y reinó en su lugar su hijo Asa, en cuyos días tuvo sosiego el país por diez años. E hizo Asa lo bueno y lo recto ante los ojos de Jehová su Dios. Porque quitó los altares del culto extraño, y los lugares altos; quebró las imágenes, y destruyó los símbolos de Asera; y mandó a Judá que buscase a Jehová el Dios de sus padres, y pusiese por obra la ley y sus mandamientos. Quitó asimismo de todas las ciudades de Judá los lugares altos y las imágenes, y estuvo el reino en paz bajo su reinado.
2 Crónicas 14:1-5 

Iniciando el capítulo catorce llegamos a la muerte de Abías y a su sucesión por su hijo Asá. 

Vemos que el cronista va a resaltar, primeramente, los diez años de paz que hubo en los días de su reinado. 

Seguidamente va a apuntar el agrado de Dios hacia Asá por su obediencia a Él, por cuanto eliminó todos aquellos lugares de culto a dioses ajenos que llevaban levantados desde los tiempos en que Salomón cayó en la idolatría. 

Asimismo recalca cómo ordenó que todos en el reino de Judá buscaran a Dios y se volvieran a la ley, poniendo por obra Sus mandamientos. 

El pasaje a meditar concluye reiterando la paz que hubo en su reinado, asociándola de nuevo al hecho de su determinación por cortar por lo sano con todo tipo de idolatría habidos hasta la fecha. 

Hubo una única vez en la historia de Israel donde el reinado de un hombre se mantuvo en paz desde su inicio y hasta su fin. Este fue el de Salomón. 

Cierto es que en sus últimos días desvió su corazón a los ídolos, pero por amor a David, su padre, Dios mantuvo su reinado  en paz, debiendo ser su hijo Roboam el que presenciara la división de la nación en dos reinos y los constantes conflictos que  irían aconteciendo entre ellos. 

Salomón fue el hijo escogido por David para que le sucediera en el trono. No era el primogénito, pero sí el primero que le diera Betsabé, después del que murió a causa de su pecado. 

Y cuando David lo mandó ungir para que le sucediera en el trono, le encomendó estas primeras palabras: 

"Yo sigo el camino de todos en la tierra; esfuérzate, y sé hombre. Guarda los preceptos de Jehová tu Dios, andando en sus caminos, y observando sus estatutos y mandamientos, sus decretos y sus testimonios, de la manera que está escrito en la ley de Moisés, para que prosperes en todo lo que hagas y en todo aquello que emprendas; para que confirme Jehová la palabra que me habló, diciendo: Si tus hijos guardaren mi camino, andando delante de mí con verdad, de todo su corazón y de toda su alma, jamás, dice, faltará a ti varón en el trono de Israel."
1 Reyes 2:2-4 

Tanto debieron calar en Salomón las palabras de su padre que, dándole Dios la oportunidad de ver materializada cualquier petición que éste le hiciera, prefirió pedir sabiduría para reinar sobre Israel según el agrado de Dios. 

Reinó pues, sabiamente, durante cuarenta años de paz y prosperidad, tiempo en que tuvo la oportunidad de escribir muchos consejos, entre estos: 

"Cuando los caminos del hombre son agradables a Jehová, aun a sus enemigos hace estar en paz con él."
Proverbios 16:7 

Y qué razón tenía Salomón, la cual confirmaría Asá con estos diez años de paz en un reino acorde a la voluntad de Dios y en obediencia a Él. 

La voluntad de Dios debía cumplirse en Su pueblo, de manera que Israel viniese a ser una luz entre las naciones, que alumbrase a todos con la promesa del Redentor y atestiguando la gloria de Dios, en obediencia a Él y según el carácter del Hijo. 

De lo que debiera a lo que fue hubo un gran trecho, que confirma la necesidad vital de un Salvador que se mantenga fiel y sometido a la voluntad de Dios, para que por medio de Él, los hombres puedan alcanzar justicia, no por su justicia propia, sino por la justificación que es por medio del que rescata. 

Un Salvador fiel, obediente pero también Eterno. Ya que jamás un pago finito puede cubrir un daño infinito, asimismo no hay hombres en la tierra ni animales tantos como para cubrir con sus sacrificios el más ínfimo de los pecados cometidos contra el Eterno Dios. Ínfimo a ojos del hombre, más con una condena eterna, por cuanto el afectado es Eterno, y por Su justicia se requiere el pago eterno. 

Envió pues Dios a Su Hijo, por amor a nosotros, para que siendo Dios y humanándose, naciera, viviera y creciera como todos los hombres, pero sin pecado. Para experimentar en su carne la ira de Dios sobre el pecado del mundo, en gran agonía y sufrimiento hasta la muerte. 

Jesús murió y fue sepultado, pero al tercer día resucitó y después de vuelto a Su gloria eterna a la diestra del Padre, hizo morar el Espíritu Santo a todo aquel que en Él cree sinceramente y con corazón arrepentido. 

Revestidos ahora de Cristo, recibimos Su vida. La cual es puesta en todos y cada uno de los creyentes en Él y en la cual vamos siendo formados por el Espíritu Santo que mora en nosotros y por medio de la Palabra. 

Cuando la palabra de Dios es aplicada a nuestra vida, nuestro carácter se va forjando más en Cristo. Y aunque el proceso de santificación viene por el Espíritu Santo, es por nuestra decisión que este proceso se dé antes que después o de una forma más sosegada o más traumática. 

De modo que el sosiego viene a ser la paz experimentada al sabernos en sintonía con la voluntad Divina, mientras que el Espíritu Santo va a inquietarnos cuando traspasamos las lindes del camino de la vida, que es Cristo, para hacernos volver a Él, por medio de esta inquietud que nos alerta de ese desvío. 

Esta paz que ha de gobernar en cada creyente es asociada por Pablo con el resultado de un caminar acorde a la nueva vida en Cristo, según escribe a los creyentes de Colosas, para que dejen de atender tanto a lo terrenal y pasajero, y se ocupen más bien de su crecimiento espiritual. 

"Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios." 

"Y la paz de Dios gobierne en vuestros corazones, a la que asimismo fuisteis llamados en un solo cuerpo; y sed agradecidos."
Colosenses 3:2-3 y 15 

Del mismo modo que  los hermanos de Colosas distrajeron su fe a causa de otras enseñanzas que los llevaban de nuevo a lo concerniente a la carne, así nos puede pasar que, por no atender a la Palabra, desviemos nuestra mira poniendo el objetivo en lo que nos roba la paz. 

Vivimos en un mundo lleno de retos, que a diario se nos presentan y que pueden suponer un estrés, si es que nos dejamos vencer por ellos. 

A veces caemos claramente en pecado por obstinación o por dejadez en nuestra vida devocional, y otras simplemente no nos damos ni cuenta. El caso es que llega cierto día en que esta paz en medio de la tormenta, que tanto nos caracteriza a los creyentes, parece que se ha esfumado. 

Hoy es día de echar una mirada introspectiva a nuestro corazón, ¿está sosegado o inquieto? 

Quizá va siendo el momento de examinar cuán sometida está nuestra carne a la voluntad del Espíritu, y de derribar aquellos altares personales que aún mantenemos en nuestro corazón. Para que, como en aquellos diez años de Asa, podamos decir, sosegadamente y de manera sincera, que en nuestra vida reina la paz de Cristo. 

¡Gracias a Dios por el Espíritu Santo que nos dirige siempre a los pies de Cristo, y nos da esta paz, que sobrepasa todo entendimiento! 

"Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera; porque en ti ha confiado."
Isaías 26:3






















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