miércoles, 7 de diciembre de 2022

EL RECURSO HUMANO, 2 Crónicas 16:1-3

EL RECURSO HUMANO, 2 Crónicas 16:1-3

En el año treinta y seis del reinado de Asa, subió Baasa rey de Israel contra Judá, y fortificó a Rama, para no dejar salir ni entrar a ninguno al rey Asa, rey de Judá. Entonces sacó Asa la plata y el oro de los tesoros de la casa de Jehová y de la casa real, y envió a Ben-adad rey de Siria, que estaba en Damasco, diciendo: Haya alianza entre tu y yo, como la hubo entre tu padre y mi padre; he aquí yo te he enviado plata y oro, para que vengas y deshagas la alianza que tienes con Baasa rey de Israel, a fin de que se retire de mí.
2 Crónicas 16:1-3

Durante la lectura de los capítulos catorce y quince de este libro, hemos leído sobre la ejemplaridad de Asa en cuanto a fidelidad y obediencia a Dios, y por ende la paz que Dios le otorgó en su reino.

Pero ahora el cronista nos comenta que al paso del tiempo, concretamente a los treinta y seis años de su reinado, el rey de Israel quiso aislar a Judá fortificando Ramá.

Y nos relata cuál fue su primera reacción y su consiguiente actuación ante este conflicto.

Si este capítulo no existiera, en el sentido en que el Espiritu Santo no hubiera inspirado al cronista a plasmarlo, no habríamos dado crédito a esta forma de actuar, por el gran contraste que hay entre este Asa y su alter ego del pasado.

Pues si anteriormente Asa proclamaba y se apoyaba claramente y ante todos en el poder de Dios en obediencia a Su palabra, los años de trono y de paz lo acomodaron en tal zona de confort que se olvidó por completo de las batallas de las que le libró Dios y cómo por su obediencia y fidelidad era que reinó la paz sobre Judá.

En la comodidad de su reino todo esto se le olvidó, por lo que echó mano de lo que había aprendido por antecedencia.

Y es que, viéndose inmediatamente sitiado por Baasa, no reaccionó clamando a Dios. Como bien hizo en su día al verse atacado por Zera el etíope, el cual le venía con un ejército de millones y aún así tuvo que huir y acabó cayendo, porque Dios le otrogó la victoria.

Sino que esta vez optó por echar mano de un recurso tan humano como el de aliarse con una nación pagana y poderosa que lo ayudara a zafarse del sitio que le estaba levantando su reino hermano, Israel.

(Claro, que previamente Baasa ya se había aliado con Ben-adad, pero eso no justifica que Asa lo debiera de hacer como algo correcto ante los ojos de Dios.)

De este modo Ben-adab llegó a poseer tesoros que fueron anteriormente dedicados a Dios en Su templo, además de los tesoros del rey.

Es un acto muy humano querer depender de uno mismo sin contar con Dios, aunque en el empeño uno acabe depositando la confianza en algo perecedero.

Y es que desde que el mundo es mundo, el hombre funciona así, desde Adán, quien fuera el primero en mostrar esta conducta, la cual arrastró a la muerte a toda la humanidad por su simiente corrompida por el pecado.

Y cual Asa permitió que las manos paganas de Ben-adad poseyeran tesoros que jamás debieron de salir de la casa de Dios, Adán en su caída permitió que el dominio del mundo cayera en manos de Satanás. Un domimio que, en virreinato con Dios, jamás debió salir de su competencia.

Un dominio que previamente fue dado por Dios a Adán, para que este reinara sobre la tierra según la voluntad divina, y el mismo que lo dio, que además es Eterno y Creador de todas las cosas, es el mismo que puede quitarlo.

Y en Su plan eterno volverá a tomar Su trono, viniendo primeramente para salvar al hombre del dominio del pecado y de la muerte. Para, a su vuelta, reinar eternamente en todo Su poder y Su gloria.

Porque tal plan no fue trazado en lo imprevisto de la circunstancia del pecado de Adán o de la pérdida de éste de su dominio sobre las criaturas de la tierra. Sino que desde antes de la fundación del mundo y de los tiempos, en la eternidad, el Hijo estaba dispuesto para morir y reinar, para sufrir y glorificarse, para someterse y sujetar, restituyendo en Él todo lo que parecía haberse perdido con Adán. 

Varón de dolores y experimentado en quedranto lo llamó Isaías, mientras profetizaba sobre Él durante el cumplimiento de Su obra salvífica en la cruz del Calvario, derramando Su sangre en remisión de pecados, no de uno ni de dos ni de tres, sino de los pecados de todo el mundo. Así como anunciaban Pablo y Juan:

"Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero."

"Y él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo."
(1 Timoteo 1:15 y 1 Juan 2:2)

Así es que, de todo el mundo, todo aquel que cree en el Señor Jesucristo y lo reconoce como Salvador personal en arrepentimiento de sus pecados , es receptor de Su vida por gracia de Dios.

Y por tanto, ya no comparecerá ante Dios con su pecaminosa vida condenada a muerte, sino revestido de la perfecta, santa y eterna vida de Cristo, justificándole delante del Padre.

¡Qué paz tan grande la de saberse rescatado de las garras de la muerte! Porque además no es una paz sujeta a las circunstancias, sino existente a pesar de ellas, porque es el Eterno Padre quien la da y el Espíritu el que la aplica en Cristo.

Suele ser coincidente en todo cristiano que en los primeros pasos en Cristo desdeñamos todo aporte y apoyo que no sea puramente Bíblico y espiritual tocante a Cristo.

Esta es una fase en que el conocimiento de Dios aún es poco, pero la fe y la fidelidad a Él y a Su palabra, aunque no se entienda aún bien del todo, se muestran fervorosamente ancladas y manifestadas por doquier, a veces hasta con vehemencia.

Una fe como la de los años fieles de Asa, totalmente dirigida a Dios, y así su eficacia.

Pero al tiempo corremos el peligro de que nos vaya aconteciendo como a él, que lo que para nosotros antes sería impensable hacer, por entenderlo pecaminoso, en el ejercicio de nuestra libertad en Cristo y conforme a nuestra fe, acabamos asimilándolo hasta como un recurso práctico en nuestro diario vivir, hasta el punto de poder llegar, si es que nuestra vida devocional anda en flojera, a apoyarnos en cualquier recurso humano antes que en Dios, a tenor de que las consecuencias, aun aparentemente buenas, debiliten aún más nuestra relación con Él.

Asa acabó dándole a un rey pagano el oro y la plata de la casa de Dios, ¿será que acaso nosotros no estemos invirtiendo de nuestro tan valioso tiempo, el cual antes ocupábamos en exclusiva a nuestra vida devocional, en pos de recursos totalmente humanos, perecederos e infructuosos, para salir de los problemas que se nos van presentando en el día a día?

Hoy es día de valorar nuestros apoyos, si es que nuestra confianza está fundamentada en Cristo o en cualquier otra cosa.

Y si por si acaso nos encontramos metidos de lleno en lo que no aprovecha, errar es de sabios, como se dice, y volver a apoyarse en Cristo lo es aún más. Retengamos la observación del Salmista.

"Consideré mis caminos, y volví mis pies a tus testimonios. Me apresuré y no me retardé en guardar tus mandamientos."
Salmos 119:59-60


















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