Entonces Josafat se puso en pie en la asamblea de Judá y de Jerusalén , en la casa de Jehová, delante del atrio nuevo; Y dijo: Jehová Dios de nuestros padres, ¿no eres tú Dios en los cielos, y te tienes dominio sobre todos los reinos de las naciones? ¿no está en tu mano tal fuerza y poder, que no hay quien te resista? Dios nuestro, ¿no echaste tú los moradores de esta tierra delante de tu pueblo Israel, y la diste a la descendencia de Abraham tu amigo para siempre? Y ellos han habitado en ella, y te han edificado en ella santuario a tu nombre, diciendo: Si mal viniere sobre nosotros, o espada de castigo, o pestilencia, o hambre, nos presentaremos delante de esta casa, y delante de ti, (porque tu nombre está en esta casa,) y a causa de nuestras tribulaciones clamaremos a ti, y tú nos oirás y salvarás.
2 Crónicas 20:5-9
Para la reflexión de hoy, nos encontramos en un punto donde Josafat ha sido alertado de un inminente ataque de los de Moab y Amón. En consecuencia, el rey se humilla en oración y ayuno, decretado también sobre todo Judá.
Y aquí se encuentra Josafat, en el atrio, delante de la congregación, clamando a Dios.
Nótese la retórica en las preguntas que dan inicio en este clamor, sirviendo el interrogante como afirmación en lo que se dice, sabiéndose cierta.
El rey conoce a su Dios. Hace recuerdo de Su soberanía, de Su poder y del gran amor y misericordia con que ha tratado con Su pueblo hasta la fecha.
Detrás de esas preguntas prosigue el testimonio que concluye con una declarada seguridad de salvación en Él.
El cronista cita en boca de Josafat las palabras que el Señor dijo a Salomón, la noche que se le apareció, que son las siguientes:
"Si yo cerrare los cielos, para que no haya lluvia, y si mandare a la langosta que consuma la tierra, o si enviare pestilencia a mi pueblo; Si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra."
2 Crónicas 7:13-14
Desde antes de su fundación, el pueblo de Dios ya era testigo de Su inconmensurable amor y misericordia. Demostrando que, a pesar de los continuos desdenes de Israel, la mano de Dios ha estado siempre presente, a la par de Su disciplina.
No hubo día en que el pueblo clamara a Dios y Él no acudiera en su rescate.
Más bien, esa ha sido desde siempre la tendencia de Israel, y no sólo de este pueblo escogido, sino del propio ser humano: apartarse de Dios, caer, clamar y ser rescatado.
Nosotros en su día también vivimos apartados de Dios e incluso totalmente ignorantes de Él. En los tiempos que corren, el humanismo se ha ocupado de apartar a Dios de Su propia palabra, para hacer creer al hombre que es capaz de "ser bueno" sin la necesidad de Él.
¿Quién no haya leído nunca "El Principito"? Podríamos pensar en su autor y meditar en el personaje, ¿acaso este principito no necesita a Cristo?
Bien podría, cualquier persona, tomar esta lectura por ley. Ya que si se consiguiera cumplir a pies juntillas con todos sus consejos, ¿para qué necesitar quien nos redima de algo malo?
Esto mismo aconteció con quienes negaron al Señor aún teniéndolo delante de sus narices. Los fariseos se sentían más que autosuficientes con su ley, (porque no podemos decir que siguieran la ley de Dios, sino una propia adaptada a sus intereses y necesidades).
No hay hombre capaz de vivir haciendo exclusivamente lo bueno. Ni el más desinteresado filántropo, ni la más casta misionera, ni el más generoso de los empresarios, ni el más reconocido motivador...
Todo lo bueno que podemos ver en un ser humano que obra aparentemente bien, sin necesidad de Dios, es solamente eso, una apariencia sin fondo, un escaparate al mundo de lo que interesa exponer, dejando en las estanterías de su almacén los desechos y el material defectuoso, donde sólo el tendero puede verlo.
Josafat tenía muy presente la realidad de que sólo en Dios y por Él se hallaba la subsistencia de Su pueblo, y su dependencia total a Él. Siendo así, y en conformidad con la palabra de Dios, la salvación estaba totalmente asegurada para con todo el que clamara a Él, en el santo lugar, donde hacía morar Su presencia.
Gracias a Dios, y desde hace más de dos milenios, la figura del templo de Dios dejó de darse entre cuatro paredes construídas por el hombre. Abriendo Su presencia, ya no sólo a Su pueblo sino que a todo ser humano, en la persona de Jesucristo y por la morada del Espíritu Santo en todo aquél que cree en Él.
Recibiendo por gracia Su perdón, por medio de la fe en el Señor Jesucristo, el Eterno Redentor, el hombre es liberado de la condena del pecado y del yugo que lo esclavizaba a él, adoptado como hijo de Dios y puesto por morada de Su presencia, por la residencia permanente del Espíritu Santo, que lo acompañará para siempre consolándole, guiándole, enseñándole y mediando por él.
Y es que somos salvos por gracia, como bien recalca Pablo:
"Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe."
Efesios 2:8-9
¿Quién merece ser salvo? ¿Quién puede hacer obra mayor que la de Dios? ¿Quién puede comprar o perder su salvacion por medio de sus obras? Absolutamente nadie.
Sin la figura del Redentor el hombre está totalmente perdido.
Pero cuando el Redentor ejecuta Su pago en lugar del pecador que se arrepiente, no hay más condena de muerte para él, porque eterna es la obra salvífica de Cristo en la cruz del Calvario, siendo Dios mismo hecho hombre y acarreando en sí todo pecado, presente, pasado y futuro, del arrepentido.
Y aquí estamos los arrepentidos y perdonados, disfrutando de nuestra nueva identidad en Cristo y, con la ayuda del Espíritu Santo, lidiando con nuestra vieja identidad, la que conservamos en la carne, que irá siendo forjada a un cada vez más marcado carácter de Cristo.
Sin embargo, no hay día en que podamos decir "hoy no he pecado", y ahí está la gracia de Dios, nuestro Eterno Padre, sosteniéndonos y llevándonos a Su presencia, restaurándonos en cada oración, fortaleciendo la relación con Él y edificándonos con Su perfecta palabra.
Hoy es día de afirmarnos en la seguridad de quien tiene por Padre al Todopoderoso Creador de todas las cosas. Podremos, como Josafat, iniciar así nuestra oración:
"Señor y Padre Amado, ¿No eres Tú el Creador de todas las cosas, que además las sostienes con el poder de Tu palabra? ¿No es acaso inconmensurable Tu amor, que diste a Tu Hijo en pago por nuestros pecados, para librarnos de la muerte? ¿No tenemos en Cristo la vida eterna, por cuanto Eterno es Él, siendo Dios, y Su vida puesta en lugar de la nuestra desde el momento de nuestra redención?
Señor, Dios Todopoderoso y Padre Amado, inescrutables son tus pensamientos e incomprensibles Tus propósitos a ojos nuestros. Pero sabemos que, aún sea desde la zarza o desde el barrizal en que hayamos caído, en el momento en que clamemos a Ti, acudirás en nuestro rescate, nos restaurarás y seremos salvos."
Y nos afirmamos en Cristo Jesús, recordando:
"Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte."
Romanos 8:1-2
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