viernes, 10 de marzo de 2023

EL CENTRO DE LA JUSTICIA, 2 Crónicas 19:8

EL CENTRO DE LA JUSTICIA, 2 Crónicas 19:8

Puso también Josafat en Jerusalén a algunos de los levitas y sacerdotes, y de los padres de familias de Israel, para el juicio de Jehová y para las causas. Y volvieron a Jerusalén .
2 Crónicas 19:8

Tomando un sólo versiculo para nuestra reflexión devocional, partiremos de la meditación anterior para proseguir en la de hoy, en ilación con el nombramiento de los jueces, por parte de Josafat.

Nombró, pues, a jueces que juzgaran con juicio justo por todo el reino, conforme a la ley de Dios.

Asimismo, según leemos, Josafat hizo volver a Jerusalén, el centro de la justicia donde llevar a cabo los sacrificios para la reconciliación con Dios, a sacerdotes y levitas, poniendo también ahí jueces de entre los jefes patriarcales.

Desde que Adán pecó y hasta el Señor Jesucristo, el hombre se encontraba totalmente separado de Dios.

Pero Dios, grande en misericordia y por amor a nosotros, se acercó al hombre y le proporcionó el modo en que este pudiera acceder a Él sin morir en el intento, a causa del pecado.

Adán y Eva fueron los primeros en entender que sus pecados merecían la muerte, y en comprobar el amor de Dios y Su misericordia. Expulsados del jardín, sus vidas fueron perdonadas, poniéndolas en lugar de dos animales, y sus pieles usadas por su Creador les proporcionó, además, unas túnicas con qué cubrirse.

Abel comprendió esto perfectamente el día que le ofreció lo mejor de su rebaño, animal que le permitiría acercarse a Dios por medio de su sacrificio.

Más adelante, Abram será llevado a tener una gran descendencia y recibirá instrucción en este sistema sacrificial para su acercamiento con Él.

Conforme se sucede la historia de la humanidad podremos comprobar que muchos copiaron este sistema para venerar a sus dioses.

Pero solamente el pueblo de Dios, el que desde Abraham Dios formó y santificó para traernos con él al Redentor, recibió la revelación y la instrucción necesaria de Dios para que el hombre volviera a tener comunión con Él.

Moisés, pues, recibió la ley. De este modo se acotaba con precisión cómo debía ser el hombre digno de llamarse santo y justo delante de Dios.

Y aunque la ley era muy clara y precisa, no hubo hombre en Israel capaz de cumplirla, cosa que evidenciaba la necesidad de un Redentor, ya que con el sistema sacrificial, dado por Dios a los levitas, sólo se redimía el pecado cometido hasta la fecha del sacrificio y sólo si éste había sido expuesto delante de Dios en el momento en que era dada esta ofrenda.

La idea de un Redentor que había de venir no era nueva para Israel, ni siquiera para el resto de la humanidad, ya que Dios la reveló desde el mismo momento en que Adán pecara, con la promesa de la  simiente de la mujer.

"Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar."
Génesis 3:15

Cada pecado que comete el hombre tiene un valor infinito, por cuanto el hombre no peca contra sí mismo, sino contra Dios, su Creador, que es Eterno. Siendo así, el Redentor no podía ser otro que Dios mismo dando el pago por los pecados, porque de otra manera, ni sacrificándonos toda la humanidad seríamos capaces de redimirnos de nuestra condena.

Y aquí el amor de Dios para con el hombre, que no teniendo necesidad de hacerlo, se puso a Sí mismo como centro de la justicia, haciéndose hombre y reconciliándonos de este modo y para siempre con Él.

Nacía pues, Jesús, Dios Hijo hecho carne, según la primera promesa de redención, no nacido de hombre ni de voluntad humana, sino puesta la simiente en una virgen del linaje de David.

Y habiéndose dado en sacrificio por amor a nosotros, podemos acceder directamente a Dios por medio de Cristo, en reconocimiento a Él y a Su obra salvífica en la cruz del Calvario.

Pudiéramos decir que en esa cruz murió el hombre, pudiéramos pensar que murió Dios, ¡Hay tantas cosas que se piensan cuando no se entiende el misterio de Dios Hombre, en la persona de Jesucristo!

Dios mismo bajó, se encarnó, vivió sujeto a los tiempos y a las adversidades como cualquier hombre, pero sin pecado, por cuanto es Dios. E impecablemente, Dios Hijo, Jesús, el centro de nuestra justicia, derramó hasta la última gota de su sangre librándonos de la deuda.

A Jesús nadie le quitó la vida, sino que la puso en pago Él mismo conforme a Su plan de salvación, y resucitó al tercer día, resurrección revelada de antemano por Él mismo a sus discípulos antes de que fuera aprehendido y llevado ante Pilato.

"Es necesario que el Hijo del Hombre padezca muchas cosas, y sea desechado por los ancianos, por los principales sacerdotes y por los escribas, y que sea muerto, y resucite al tercer día."
Lucas 9:22

Resucitado y a la diestra del Padre, el Señor Jesucristo es nuestro centro de la justicia, quien librándonos de la condena por el pecado a todos los que creemos en Él, no nos dejó solos, sino hizo morar en nosotros el Espíritu Santo, el Intercesor, Guía y Consejero, Dios mismo, adoptándonos en la nueva identidad de hijos suyos en Cristo Jesús.

En el Señor Jesucristo hay justicia para con toda la humanidad, siendo que hay redención para con el que en Él cree y condena para con quien lo rechaza.

Su justicia no tardará mucho en caer sobre vivos y muertos, y ya no habrá quien se libre, porque así lo ha dictaminado:

"He aquí yo vengo pronto, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra."
Apocalipsis 22:12

Hoy Dios está teniendo paciencia con todos los hombres, para que creamos en Él y seamos salvos, antes del gran día en que debamos rendir cuentas delante de Su trono.

Si nacimos de nuevo en Cristo, tengamos paz, pero miremos bien cómo andamos, según la nueva identidad.

Pero si la cosmovisión posmoderna nos tiene absortos en la incredulidad que reza: "Dios no existe y, si existiera, no lo necesitamos", pensemos seriamente ésto: "¿Mi existencia es sólo fruto de la casualidad? ¿Y si existe Dios? ¿No habrá quien me libre de condena? Sí, mediante la fe en Cristo."

Recordando la advertencia e invitación del Señor, en Su palabra, diciéndonos "la paga del pecado es la muerte mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, Señor nuestro", como bien anotó Pablo a los Romanos, meditemos en Jesús, el centro de la justicia, y no desoigamos la voz de la conciencia, avisándonos al modo del Predicador:

"Aún hay esperanza para todo aquel que está entre los vivos; porque mejor es perro vivo que león muerto."
Eclesiastés 9:4























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