Entonces él dijo: Oid pues palabra de Jehová: Yo he visto a Jehová sentado en su trono, y todo el ejército de los cielos estaba a su mano derecha y a su izquierda. Y Jehová preguntó: ¿Quién inducirá a Acab rey de Israel, para que suba y caiga en Ramot de Galaad? Y uno decía así, y otro decía de otra manera. Entonces salió un espíritu, que se puso delante de Jehová, y dijo: Yo le induciré. Y Jehová le dijo: ¿De qué modo? Y él dijo: Saldré y seré espíritu de mentira en la boca de todos sus profetas. Y Jehová dijo: Tu le inducirás, y lo lograrás; anda y hazlo así. Y ahora, he aquí Jehová ha puesto espíritu de mentira en la boca de estos tus profetas; pues Jehová ha hablado el mal contra ti.
2 Crónicas 18:18-22
Retomando la lectura y reflexión en el segundo libro de Crónicas, Micaías es llamado a profetizar por solicitud de Josafat.
Antes de esto, y como recordatorio, en los versos anteriores vimos que Josafat emparentó con Acab, pactando matrimonio de su hijo con la hija del rey de Israel.
Acab, pues, recibió la visita de Josafat, el que sería su consuegro y, aprovechando la visita, lo convenció para que fuese con él a la guerra contra Ramot de Galaad.
Habiendo Josafat aceptado, sin pensárselo dos veces ni consultarlo con el Señor, puso sin embargo como condición que Acab consultase a Dios si es que debían o no salir a la guerra. En lo que Acab acepta, eso sí, llamando solamente a los profetas que le auguraban siempre a favor de él.
Detectando Josafat que éstos sólo decían lo que su rey quería escuchar, reconvino a Acab para que buscase un verdadero profeta de Dios, cosa difícil de encontrar en un reino de donde los sacerdotes y levitas fueron expulsados, para poner en su lugar a aquellos que adoraban a los baales de su mujer, Jezabel.
Pero aún quedaba uno, este era Micaías, que sus penas le costaría cada vez que era enviado al rey para decirle la verdad. Y a éste, a quien no quiso llamar Acab, tuvo que hacerlo venir por petición de su futuro consuegro.
Acab ya se esperaba que no le iba a profetizar a su favor, como era costumbre.
Y después de que se confirma que efectivamente Micaías profetiza en su contra, es cuando el cronista narra esta representación que proferirá, según la leemos, delante del rey de Israel y de sus falsos profetas.
Con estas palabras, la verdad espiritual que Micaías quiso representar era muy simple: todos los demás profetas eran falsos y sólo él hablaba de parte de Dios.
El corazón de Acab, ensimismado y dirigido a Jezabel, no iba a aceptar la palabra de Dios.
Micaías representa aquí el endurecimiento de Acab a través de esta escena, en la cual Dios está en Su trono, no siendo ya solamente el Dios de Israel, sino Dios universal. Y a todo el ejército de los cielos sujetados a Su orden, de entre el cual hay un espíritu que se ofrece para engañar a todos los profetas del rey de Israel.
No es que con esto quiera decir que Dios sea un tirano, que condena injustamente a nadie a no creer o a creer mentira, sino que el relato trata simplemente de la confirmación de cuál es la disposición del corazón de Acab.
Porque queriendo escuchar solamente a los que profetizan a favor suyo, estaba cerrando su corazón a la verdad.
Al fin y al cabo cada cual acaba escuchando, como Acab, lo que en su corazón se ha dispuesto a escuchar.
Esto es un peligro, si es que nuestro corazón no está dispuesto a Dios.
Cualquiera es susceptible de caer en el ensimismamiento de creer "yo merezco esto o aquello".
Y aunque los que somos en Cristo hemos sido capacitados por el Espíritu Santo, por cuanto mora en nosotros, a reclinar este tipo de pensamientos egocéntricos, debemos reconocer que no son pocas las veces que una meditación por el estilo se trata de hacer sitio en nuestra mente, en los momentos más bajos.
Lo peligroso viene cuando prestamos oído de más a ese lejano eco codicioso, permitiendo que cada vez sea más audible, de modo que acabemos adoptándolo como una voluntad propia mayor a la de seguir a Cristo, quien advirtió a sus discípulos:
"Y decía a todos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame."
Lucas 9:23
Debemos reconocer que, como humanos que somos, a los creyentes no nos gusta sufrir y que, aunque el Espíritu nos reconforta, grande es la tentación de que en momentos de debilidad podamos acabar pensando que a Dios no le gusta ver sufrir a sus hijos, en justificación de aquel obrar al márgen de la voluntad del Padre, la cual es conforme a la imagen y al carácter de Cristo.
Pero no es sino a través del sufrimiento temporal que nuestra alma puede verse fortalecida y dirigida hacia lo eterno, ya que nuestra carne siempre tenderá a lo suyo propio, lo cual es cosa temporal que sólo se aprovecha mientras este cuerpo vive.
La pregunta que nos ha de surgir ante esta reflexión es si estamos dispuestos a soportar el sufrimiento, si es que llega este a nuestra vida, por tal de seguir forjándonos en el carácter de Cristo.
Hoy es día de echar una mirada introspectiva a la disposición real de nuestro corazón, si es que somos de Cristo, con todas las consecuencias que pueda acarrear en este mundo, o si solamente estamos dispuestos a llevar la etiqueta.
El Señor nos fortalezca para soportar los sufrimientos y si, por si acaso, pensamos llevar de Cristiano solamente el nombre, sepamos que el nombre no salva si no se tiene al Señor que lo comprende.
Daremos gracias a Dios porque todos los días nos da una nueva oportunidad de disponer nuestro corazón a Él, para no terminar como Acab, endurecidos por escuchar a los palabreros.
Y para palabra, ésta, la cual todos los días es buena retenerla:
"Porque somos hechos participantes de Cristo, con tal que retengamos firme hasta el fin nuestra confianza del principio, entre tanto que se dice: Si oyereis hoy su voz, No endurezcáis vuestros corazones, como en la provocación."
Hebreos 3:14-15
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