Y enseñaron en Judá, teniendo consigo el libro de la ley de Jehová, y recorrieron todas las ciudades de Judá enseñando al pueblo. Y cayó el pavor de Jehová sobre todos los reinos de las tierras que estaban alrededor de Judá; y no osaron hacer guerra contra Josafat. Y traían de los Filisteos presentes a Josafat, y tributos de plata. Los Arabes también le trajeron ganados, siete mil setecientos carneros y siete mil setecientos machos cabrío.
2 Crónicas 17:9-11
Nos encontramos en un punto de la lectura en que el cronista va a presentar el poder en el reinado de Josafat.
Inicialmente ya se nos presentó como aquel que anduvo en los primeros caminos de David y que, por tanto, Dios estuvo con él.
Seguidamente, entre los versos seis y ocho, nos describe el desarrollo natural de un corazón verdaderamente dispuesto al servicio y a la fidelidad a Dios.
Mostrándonos cómo el crecimiento y la expansión interna del conocimiento y la aplicación de la ley de Dios, en el trono y en las instancias superiores, iban a llevar sí o sí la expansión de la Palabra al resto del pueblo.
Y en este punto nos encontramos el pasaje a tratar:
En el versículo nueve vemos que los príncipes enviados por Josafat y acompañados por los levitas y sacerdotes seleccionados por él, recorrieron todas las ciudades del reino enseñando el libro de la ley, no parafraseada o dicha de memoria, sino llevándola consigo, de modo que era exclusivamente la ley de Dios la que se enseñaba, y nada más.
El libro de la ley de Jehová, como leemos en el Antiguo Testamento, no solía referirse a un sólo libro, que para entonces se presentaba en formato de rollo, sino del compendio de los cinco libros Mosáicos, los comprendidos desde el Génesis y hasta el Deuteronomio y que comúnmente conocemos como el Pentateuco.
En este caso podríamos entender que la enseñanza se basara directamente en el libro de Deuteronomio, que es el que comprende el recordatorio de la ley dada por Dios a Moisés en el Sinaí y lo acontecido durante los cuarenta años de vagar en el desierto.
La enseñanza y aplicación de la ley no se presentan solas, sino que mediante sendas conjunciones copulativas, el cronista añade dos consecuencias positivas, como resultado de ésta.
La primera es el poder que adquiere el reino de Judá a ojos de sus vecinos, los cuales, se dice, no osaron hacer guerra contra Judá.
La segunda es cómo, ese poder que el reino obtiene con la ley de Jehová, no solamente lo salvaguarda de los peligros que le rodean, sino que aún éstos mismos le van a ofrecer presentes, tributos de plata e incluso el cronista nos enumera un muy sustancioso regalo de ganado por parte de los árabes.
Los peligros que acechaban al reino de Judá no eran pocos, los egipcios, los filisteos y los edomitas, así como los etíopes o cualquier otra nación vecina, eran aférrimos enemigos de Israel, a excepción de los tiempos en que hubo alianzas diplomáticas con ellas, durante el reinado de Salomón.
Pero la implantación y aplicación de la ley en Judá le otorgó poder ante los ojos de su enemigo, que ya no solamente desestimó atacarle, sino que además le temía al punto de servirle con tributos y ofrendas.
La ley de Jehová no sólo se entiende como la ley Moisáica recibida en el Sinaí, sino que es la totalidad de la palabra de Dios.
La palabra de Dios es poderosa, por cuanto es creadora y sustentadora de vida.
En el Salmo treinta y tres, tocante a la Palabra, el salmista dice así:
"Por la palabra de Jehová fueron hechos los cielos, y todo el ejército de ellos por el aliento de su boca."
Salmos 33:6
Es esta palabra descrita en este Salmo, en la Septuaginta traducida como Logos (Λόγος), de la que se hará uso Juan para describir al Señor Jesucristo como el Dios Creador y el Dador de vida, así como, dice, en él estaba la vida, la luz de los hombres.
Y el autor de la carta a los Hebreos describe el poder de Su palabra como la base del sustento de toda la creación:
"Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo; el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas,"
Hebreos 1:1-3
El Señor, siendo Dios y el sustentador de toda la creación, se hizo hombre. ¡El Eterno y Todopoderoso Dios haciéndose accesible a los hombres!
Cumpliendo con Su plan de salvación, trazado desde antes de la fundación del mundo, murió en la cruz del Calvario entregando Su santa, perfecta e impecable vida (la cual es eterna) en pago por nuestros pecados y librándonos de la acción de la muerte por medio de Él, habiendo tomado de nuevo Su vida al tercer día, tal como anunció a sus discípulos.
Aunque también, avisó, el cristiano no hallaría paz en el mundo, sino aflicción, siendo Él nuestra paz, alentándonos seguidamente: "Pero confiad, yo he vencido al mundo".
¡Tamaña y contundente declaración de victoria! Pues Cristo, venciendo al mundo, no nos puede llevar a otro estado que el de la victoria, a los que hemos creído en Él y lo tenemos por Señor y Salvador personal.
Aunque creyentes en Cristo, somos humanos. Y en esta humanidad debemos reconocer que no siempre vivimos con la expresión victoriosa de Cristo como estandarte. Sino que este mundo puede llegar a resultarnos tan cruel que existen momentos en que la desesperación o la impotencia irrumpa en nuestro ánimo.
En base al texto reflexionado y mirándonos introspectivamente con respecto a nuestra actitud, reacción o estado en que afrontamos aquellos momentos difíciles que nos rodean, hoy es día de meditar hasta qué punto estamos dejando que sea la Palabra de Dios la que dirija nuestra vida y no nuestro propio parecer.
Porque el poder de la Palabra de Dios es mayor que todos los peligros juntos que nos acechan.
Y por si nos sentimos desbordados por el peligro que nos rodea, sea nuestra paz fortalecida con los siguientes versos:
"Todo el día mis enemigos me pisotean; Porque muchos son los que pelean contra mí con soberbia. En el día que temo, Yo en ti confío. En Dios alabaré su palabra; En Dios he confiado; no temeré; ¿Qué puede hacerme el hombre?"
Salmos 56:2-4