viernes, 31 de marzo de 2023

NO SABEMOS QUÉ HACER, 2 Crónicas 20:12-13

NO SABEMOS QUÉ HACER, 2 Crónicas 20: 12-13

¡Oh Dios nuestro! ¿no los juzgarás tú? porque en nosotros no hay fuerza contra tan grande multitud que viene contra nosotros: no sabemos que hacer, y a ti volvemos nuestros ojos. Y todo Judá estaba en pie delante de Jehová, con sus niños y sus mujeres, y sus hijos.
2 Crónicas 20:12-13

Continuando con el clamor de Josafat en el atrio, delante del pueblo, llegaremos a su conclusión, la petición de ayuda.

La situación es humanamente insostenible. Los de Moab y Amón están metidos ya en sus tierras y listos para atacar. El rey reconoce abiertamente no saber qué hacer. No están preparados para la guerra, ni aún siquiera la buscaban, y el desastre les puede acontecer en cualquier momento.

La angustia y la desesperación de todo Judá y de su rey deben ser bien palpables en este momento. No hay nada que hacer, sólo les queda clamar a Dios.

En los peores momentos es donde sale la humanidad del cristiano, es entonces donde Dios nos muestra claramente nuestra debilidad y nuestra dependencia en Él.

En ese oscuro, frío y aterrador momento en que uno piensa "ya no puedo caer más bajo, ya no hay nada que hacer, Señor en tus manos lo dejo", es cuando Dios demuestra Su inconmensurable amor, Su misericordia y Su eterno cuidado hacia Sus hijos (porque el Padre jamás desampara a Sus hijos, solamente desamparó al Unigénito para consumar Su amor en la cruz del Calvario, para que nosotros, sus adoptados, no tengamos que sufrir del desamparo).

Jamás, jamás, por muy alejados que demos los pasos de nuestro Padre celestial, si somos verdaderamente de Cristo, jamás nos perderemos, sino que Él nos hará volver de vuelta a Sus brazos, sea como sea, caiga quien caiga y con las consecuencias que esto conlleve.

Dichas consecuencias serán la marca de nuestra desobediencia, no siendo voluntad de Dios hacer sufrir a Sus hijos sino que, por nuestra obediencia en anclaje a Su perfecta y santa Palabra, librémonos de caer en tentaciones, huyendo de ellas, como bien avisados estamos, y no hagamos -como solemos hacer en nuestra obcecación- el intento de enfrentarlas (porque tarde o temprano caeremos en ellas).

Igual que hubo el día en que Judá se encontró asediado por sorpresa, no es difícil que los creyentes acabemos rodeados del peligro. Ya sea por descuido o por ensimismamiento, podemos haber dejado infiltrar tanto mundo en nuestras vidas que, sin darnos cuenta, nos veamos asediados por el pecado.

Hoy es día de tomar la mano del Señor para sacarnos del pozo de la angustia y volver a sus frescos pastos de vida y paz.

Sólo se puede en Cristo, y no hay más.

En mi angustia invoqué a Jehová, Y clamé a mi Dios; El oyó mi voz desde su templo, Y mi clamor llegó a sus oídos.
2 Samuel 22:7





















viernes, 24 de marzo de 2023

SEGURIDAD DE SALVACIÓN, 2 Crónicas 20:5-9

SEGURIDAD DE SALVACIÓN, 2 Crónicas 20:5-9

Entonces Josafat se puso en pie en la asamblea de Judá y de Jerusalén , en la casa de Jehová, delante del atrio nuevo; Y dijo: Jehová Dios de nuestros padres, ¿no eres tú Dios en los cielos, y te tienes dominio sobre todos los reinos de las naciones? ¿no está en tu mano tal fuerza y poder, que no hay quien te resista? Dios nuestro, ¿no echaste tú los moradores de esta tierra delante de tu pueblo Israel, y la diste a la descendencia de Abraham tu amigo para siempre? Y ellos han habitado en ella, y te han edificado en ella santuario a tu nombre, diciendo: Si mal viniere sobre nosotros, o espada de castigo, o pestilencia, o hambre, nos presentaremos delante de esta casa, y delante de ti, (porque tu nombre está en esta casa,) y a causa de nuestras tribulaciones clamaremos a ti, y tú nos oirás y salvarás.
2 Crónicas 20:5-9

Para la reflexión de hoy, nos encontramos en un punto donde Josafat ha sido alertado de un inminente ataque de los de Moab y Amón. En consecuencia, el rey se humilla en oración y ayuno, decretado también sobre todo Judá.

Y aquí se encuentra Josafat, en el atrio, delante de la congregación, clamando a Dios.

Nótese la retórica en las preguntas que dan inicio en este clamor, sirviendo el interrogante como afirmación en lo que se dice, sabiéndose cierta.

El rey conoce a su Dios. Hace recuerdo de Su soberanía, de Su poder y del gran amor y misericordia con que ha tratado con Su pueblo hasta la fecha.

Detrás de esas preguntas prosigue el testimonio que concluye con una declarada seguridad de salvación en Él.

El cronista cita en boca de Josafat las palabras que el Señor dijo a Salomón, la noche que se le apareció, que son las siguientes:

"Si yo cerrare los cielos, para que no haya lluvia, y si mandare a la langosta que consuma la tierra, o si enviare pestilencia a mi pueblo; Si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra."
2 Crónicas 7:13-14

Desde antes de su fundación, el pueblo de Dios ya era testigo de Su inconmensurable amor y misericordia. Demostrando que, a pesar de los continuos desdenes de Israel, la mano de Dios ha estado siempre presente, a la par de Su disciplina.

No hubo día en que el pueblo clamara a Dios y Él no acudiera en su rescate.

Más bien, esa ha sido desde siempre la tendencia de Israel, y no sólo de este pueblo escogido, sino del propio ser humano: apartarse de Dios, caer, clamar y ser rescatado.

Nosotros en su día también vivimos apartados de Dios e incluso totalmente ignorantes de Él. En los tiempos que corren, el humanismo se ha ocupado de apartar a Dios de Su propia palabra, para hacer creer al hombre que es capaz de "ser bueno" sin la necesidad de Él.

¿Quién no haya leído nunca "El Principito"? Podríamos pensar en su autor y meditar en el personaje, ¿acaso este principito no necesita a Cristo?

Bien podría, cualquier persona, tomar esta lectura por ley. Ya que si se consiguiera cumplir a pies juntillas con todos sus consejos, ¿para qué necesitar quien nos redima de algo malo?

Esto mismo aconteció con quienes negaron al Señor aún teniéndolo delante de sus narices. Los fariseos se sentían más que autosuficientes con su ley, (porque no podemos decir que siguieran la ley de Dios, sino una propia adaptada a sus intereses y necesidades).

No hay hombre capaz de vivir haciendo exclusivamente lo bueno. Ni el más desinteresado filántropo, ni la más casta misionera, ni el más generoso de los empresarios, ni el más reconocido motivador...

Todo lo bueno que podemos ver en un ser humano que obra aparentemente bien, sin necesidad de Dios, es solamente eso, una apariencia sin fondo, un escaparate al mundo de lo que interesa exponer, dejando en las estanterías de su almacén los desechos y el material defectuoso, donde sólo el tendero puede verlo.

Josafat tenía muy presente la realidad de que sólo en Dios y por Él se hallaba la subsistencia de Su pueblo, y su dependencia total a Él. Siendo así, y en conformidad con la palabra de Dios, la salvación estaba totalmente asegurada para con todo el que clamara a Él, en el santo lugar, donde hacía morar Su presencia.

Gracias a Dios, y desde hace más de dos milenios, la figura del templo de Dios dejó de darse entre cuatro paredes construídas por el hombre. Abriendo Su presencia, ya no sólo a Su pueblo sino que a todo ser humano, en la persona de Jesucristo y por la morada del Espíritu Santo en todo aquél que cree en Él. 

Recibiendo por gracia Su perdón, por medio de la fe en el Señor Jesucristo, el Eterno Redentor, el hombre es liberado de la condena del pecado y del yugo que lo esclavizaba a él, adoptado como hijo de Dios y puesto por morada de Su presencia, por la residencia permanente del Espíritu Santo, que lo acompañará para siempre  consolándole, guiándole, enseñándole y mediando por él.

Y es que somos salvos por gracia, como bien recalca Pablo:

"Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe."
Efesios 2:8-9

¿Quién merece ser salvo? ¿Quién puede hacer obra mayor que la de Dios? ¿Quién puede comprar o perder su salvacion por medio de sus obras? Absolutamente nadie.

Sin la figura del Redentor el hombre está totalmente perdido.

Pero cuando el Redentor ejecuta Su pago en lugar del pecador que se arrepiente, no hay más condena de muerte para él, porque eterna es la obra salvífica de Cristo en la cruz del Calvario, siendo Dios mismo hecho hombre y acarreando en sí todo pecado, presente, pasado y futuro, del arrepentido.

Y aquí estamos los arrepentidos y perdonados, disfrutando de nuestra nueva identidad en Cristo y, con la ayuda del Espíritu Santo, lidiando con nuestra vieja identidad, la que conservamos en la carne, que irá siendo forjada a un cada vez más marcado carácter de Cristo.

Sin embargo, no hay día en que podamos decir "hoy no he pecado", y ahí está la gracia de Dios, nuestro Eterno Padre, sosteniéndonos y llevándonos a Su presencia, restaurándonos en cada oración, fortaleciendo la relación con Él y edificándonos con Su perfecta palabra.

Hoy es día de afirmarnos en la seguridad de quien tiene por Padre al Todopoderoso Creador de todas las cosas. Podremos, como Josafat, iniciar así nuestra oración:

"Señor y Padre Amado, ¿No eres Tú el Creador de todas las cosas, que además las sostienes con el poder de Tu palabra? ¿No es acaso inconmensurable Tu amor, que diste a Tu Hijo en pago por nuestros pecados, para librarnos de la muerte? ¿No tenemos en Cristo la vida eterna, por cuanto Eterno es Él, siendo Dios, y Su vida puesta en lugar de la nuestra desde el momento de nuestra redención?
Señor, Dios Todopoderoso y Padre Amado, inescrutables son tus pensamientos e incomprensibles Tus propósitos a ojos nuestros. Pero sabemos que, aún sea desde la zarza o desde el barrizal en que hayamos caído, en el momento en que clamemos a Ti, acudirás en nuestro rescate, nos restaurarás y seremos salvos."

Y nos afirmamos en Cristo Jesús, recordando:

"Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte."
Romanos 8:1-2


























miércoles, 15 de marzo de 2023

ACTITUD ANTE EL AVISO, 2 Crónicas 20:1-4

ACTITUD ANTE EL AVISO, 2 Crónicas 20:1-4

Pasadas estas cosas, aconteció que los hijos de Moab y de Amón, y con ellos otros de los amonitas, vinieron contra Josafat a la guerra. Y acudieron algunos y dieron aviso a Josafat, diciendo: Contra ti viene una gran multitud del otro lado del mar, y de Siria; y he aquí están en Hazezon-tamar, que es En-gadi. Entonces él tuvo temor; y Josafat humilló su rostro para consultar a Jehová, e hizo pregonar ayuno a todo Judá. Y se reunieron los de Judá para pedir socorro a Jehová: y también de todas las ciudades de Judá vinieron a pedir ayuda a Jehová.
2 Crónicas 20:1-4

A excepción de su colaboración con Acab, la atención del reinado de Josafat se centraba exclusivamente en los asuntos internos, siendo su especial interés el que el reino en su totalidad se volviera a Dios y a Su palabra. 

Leímos que el rey de Judá nombró jueces por toda la tierra, afirmando y asegurando el reino en la ley de Dios. 

Leemos hoy por el cronista que, aunque Josafat no estaba por la labor de buscar enemistades con las naciones vecinas, los hijos de Moab y de Amón se levantaron para hacer guerra contra él. 

Estos tenían pensado atacar por sorpresa. Presentarse sin que a Judá le hubiera dado tiempo a prepararse o a buscar algún tipo de acuerdo diplomático para evitar el conflicto. 

Y he aquí que algunos vinieron a dar aviso al rey de la intención de los enemigos y de la situación en donde estaban localizados. 

¿Quiénes eran estos "algunos"? No lo sabemos. Quizá se tratara de habitantes comunes de la zona, vigilantes o a saber. El caso es que su identidad no trasciende en el escrito.

De haberles acompañado algún profeta de Dios, probablemente, habríamos sabido su nombre. 

Ahí estaban éstos, los "algunos" que advertían a Josafat sobre un peligro inminente. Cosa que el rey podría haberlos desestimado o, cuanto menos, haber enviado a sus hombres a comprobar hasta qué punto era cierto. 

Pero la reacción de Josafat fue de un apremiante clamor a Dios, con su consiguiente proclamación de ayuno que se extendió por todo Judá. 

Sabemos que Dios se revela ampliamente en Su palabra, mostrándonos Su carácter, Su voluntad y Su propósito para con toda la humanidad. 

Hoy en día podemos disfrutar de la Biblia, que es la compilación de escritos en los que Dios ha inspirado al autor Su revelación hacia el mundo, culminando Su máxima manifestación en el Hijo, el Señor Jesucristo. 

Antes de esto, Dios fue revelando al hombre todo lo que había de acontecer mediante Su inspiración y, mientras iban formándose los manuscritos en el transcurrir de los tiempos, se hacía uso de profetas que llevaran al pueblo Su palabra, ya fuera en modo de advertencia, instrucción o consuelo, para que el hombre pudiera guiarse por Su palabra a través de estos enviados, con la certeza de estar siendo encaminados en la voluntad de Dios. 

Es por eso que todo aquel que tenía dispuesto su corazón a buscar la voluntad de Dios tenía en una consideración muy especial a los profetas, entendiendo que sólo a través de ellos podían tener la certeza de recibir palabra de Dios, aunque aún debían examinarlos, ya que no dejaban de ser hombres, según el mandato divino, y podía haber engañadores en medio de ellos. 

"Cuando se levantare en medio de ti profeta, o soñador de sueños, y te anunciare señal o prodigios, y si se cumpliere la señal o prodigio que él te anunció, diciendo: Vamos en pos de dioses ajenos, que no conociste, y sirvámosles; no darás oído a las palabras de tal profeta, ni al tal soñador de sueños; porque Jehová vuestro Dios os está probando, para saber si amáis a Jehová vuestro Dios con todo vuestro corazón, y con toda vuestra alma."
Deuteronomio 13:1-3

Aunque también hubo verdaderos profetas de Dios que fueron ninguneados, desechados y hasta torturados o asesinados, a causa de la rebeldía en que se encontraba su audiencia en el momento. 

Dicho esto, si tan fácil era poner en duda a quien se presentaba como profeta, ¿para qué creer que esos "algunos" le estaban diciendo verdad a Josafat? 

Pero como bien dice el proverbio:

"El principio de la sabiduría es el temor de Jehová; los insensatos desprecian la sabiduría y la enseñanza."
Proverbios 1:7

Josafat optó por la reacción más genuina que podría tener un hombre temeroso de Dios, clamar a Él en humildad y ayuno, y con él todo el reino. 

Porque, ¿qué tal si fuera falso el aviso? Aún siendo falso, ya era positiva su humillación y búsqueda del rostro de Dios y de Su ayuda. 

Pero de ser cierto, en el tiempo perdido entre las dudas o la desestimación hacia estos mensajeros se les habría echado el enemigo encima y ya no tendían nada que hacer. 

Reiterando en lo dicho anteriormente, en la actualidad disponemos del cánon cerrado de las Santas Escrituras, las que nos muestran, por el Antiguo Testamento el propósito de Dios y por el Nuevo Testamento, la ejecución de Su plan salvífico consumado en el Señor Jesucristo.

En el Nuevo Testamento, además de los evangelios y del libro de los Hechos, que nos mostrarían la conclusión de la obra de salvación en Cristo y el nacimiento de Su iglesia, disponemos también de una amplia correspondencia doctrinal, devocional y pastoral habida durante el primer siglo de la era Cristiana, donde a través de Pablo, Pedro, Judas, Juan y Santiago, se nos discipula en la vida práctica de la fe y en la actitud en medio de las adversidades. 

Podemos decir que Dios nos habla a través de Su palabra escrita, que es la Biblia, sin lugar a dudas. 

Aunque también, y en diferencia con los creyentes veterotestamentarios, a través del nuevo nacimiento en Cristo, el Espíritu Santo mora en cada uno de nosotros, los que en Él hemos creído. De modo que el Espíritu nos guía, nos consuela y nos advierte durante nuestro recorrido de vida en este mundo. 

Y así es como a veces, además de que nos venga a la mente el recuerdo de un concreto pasaje bíblico, leído quizá hace tanto que ni recordamos siquiera en cual libro, somos también inquietados ante una situación aparentemente inofensiva sin saber por qué, o aparece un dolor inusual en nuestro cuerpo estando aparentemente sanos.

Y es entonces donde el texto que reflexionamos hoy, sobre la actitud de Josafat ante el aviso, nos lleva a revisar introspectivamente con qué oído y con qué reacción afrontamos avisos que pensamos que son anónimos, como un malestar físico o una inquietud emocional. 

¿Cuál es nuestra primera acción cuando esto nos sucede? ¿Quizá lo desestimamos, dejándonos llevar por la aparente paz del momento? Posiblemente la mayoría optaremos por obrar por nuestra cuenta, buscando entre los hombres quien nos confirme si el aviso es cierto. ¿Qué tal un chequeo médico, o la opinión de un profesional en el área en que estamos siendo inquietados? 

Hoy es día de no perder el tiempo buscando qué hacer por nuestra cuenta, y de acudir de inmediato a nuestro Padre celestial, donde hallaremos indubitablemente la respuesta. 

"El avisado ve el mal y se esconde; Mas los simples pasan y reciben el daño."
Proverbios 22:3






















viernes, 10 de marzo de 2023

EL CENTRO DE LA JUSTICIA, 2 Crónicas 19:8

EL CENTRO DE LA JUSTICIA, 2 Crónicas 19:8

Puso también Josafat en Jerusalén a algunos de los levitas y sacerdotes, y de los padres de familias de Israel, para el juicio de Jehová y para las causas. Y volvieron a Jerusalén .
2 Crónicas 19:8

Tomando un sólo versiculo para nuestra reflexión devocional, partiremos de la meditación anterior para proseguir en la de hoy, en ilación con el nombramiento de los jueces, por parte de Josafat.

Nombró, pues, a jueces que juzgaran con juicio justo por todo el reino, conforme a la ley de Dios.

Asimismo, según leemos, Josafat hizo volver a Jerusalén, el centro de la justicia donde llevar a cabo los sacrificios para la reconciliación con Dios, a sacerdotes y levitas, poniendo también ahí jueces de entre los jefes patriarcales.

Desde que Adán pecó y hasta el Señor Jesucristo, el hombre se encontraba totalmente separado de Dios.

Pero Dios, grande en misericordia y por amor a nosotros, se acercó al hombre y le proporcionó el modo en que este pudiera acceder a Él sin morir en el intento, a causa del pecado.

Adán y Eva fueron los primeros en entender que sus pecados merecían la muerte, y en comprobar el amor de Dios y Su misericordia. Expulsados del jardín, sus vidas fueron perdonadas, poniéndolas en lugar de dos animales, y sus pieles usadas por su Creador les proporcionó, además, unas túnicas con qué cubrirse.

Abel comprendió esto perfectamente el día que le ofreció lo mejor de su rebaño, animal que le permitiría acercarse a Dios por medio de su sacrificio.

Más adelante, Abram será llevado a tener una gran descendencia y recibirá instrucción en este sistema sacrificial para su acercamiento con Él.

Conforme se sucede la historia de la humanidad podremos comprobar que muchos copiaron este sistema para venerar a sus dioses.

Pero solamente el pueblo de Dios, el que desde Abraham Dios formó y santificó para traernos con él al Redentor, recibió la revelación y la instrucción necesaria de Dios para que el hombre volviera a tener comunión con Él.

Moisés, pues, recibió la ley. De este modo se acotaba con precisión cómo debía ser el hombre digno de llamarse santo y justo delante de Dios.

Y aunque la ley era muy clara y precisa, no hubo hombre en Israel capaz de cumplirla, cosa que evidenciaba la necesidad de un Redentor, ya que con el sistema sacrificial, dado por Dios a los levitas, sólo se redimía el pecado cometido hasta la fecha del sacrificio y sólo si éste había sido expuesto delante de Dios en el momento en que era dada esta ofrenda.

La idea de un Redentor que había de venir no era nueva para Israel, ni siquiera para el resto de la humanidad, ya que Dios la reveló desde el mismo momento en que Adán pecara, con la promesa de la  simiente de la mujer.

"Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar."
Génesis 3:15

Cada pecado que comete el hombre tiene un valor infinito, por cuanto el hombre no peca contra sí mismo, sino contra Dios, su Creador, que es Eterno. Siendo así, el Redentor no podía ser otro que Dios mismo dando el pago por los pecados, porque de otra manera, ni sacrificándonos toda la humanidad seríamos capaces de redimirnos de nuestra condena.

Y aquí el amor de Dios para con el hombre, que no teniendo necesidad de hacerlo, se puso a Sí mismo como centro de la justicia, haciéndose hombre y reconciliándonos de este modo y para siempre con Él.

Nacía pues, Jesús, Dios Hijo hecho carne, según la primera promesa de redención, no nacido de hombre ni de voluntad humana, sino puesta la simiente en una virgen del linaje de David.

Y habiéndose dado en sacrificio por amor a nosotros, podemos acceder directamente a Dios por medio de Cristo, en reconocimiento a Él y a Su obra salvífica en la cruz del Calvario.

Pudiéramos decir que en esa cruz murió el hombre, pudiéramos pensar que murió Dios, ¡Hay tantas cosas que se piensan cuando no se entiende el misterio de Dios Hombre, en la persona de Jesucristo!

Dios mismo bajó, se encarnó, vivió sujeto a los tiempos y a las adversidades como cualquier hombre, pero sin pecado, por cuanto es Dios. E impecablemente, Dios Hijo, Jesús, el centro de nuestra justicia, derramó hasta la última gota de su sangre librándonos de la deuda.

A Jesús nadie le quitó la vida, sino que la puso en pago Él mismo conforme a Su plan de salvación, y resucitó al tercer día, resurrección revelada de antemano por Él mismo a sus discípulos antes de que fuera aprehendido y llevado ante Pilato.

"Es necesario que el Hijo del Hombre padezca muchas cosas, y sea desechado por los ancianos, por los principales sacerdotes y por los escribas, y que sea muerto, y resucite al tercer día."
Lucas 9:22

Resucitado y a la diestra del Padre, el Señor Jesucristo es nuestro centro de la justicia, quien librándonos de la condena por el pecado a todos los que creemos en Él, no nos dejó solos, sino hizo morar en nosotros el Espíritu Santo, el Intercesor, Guía y Consejero, Dios mismo, adoptándonos en la nueva identidad de hijos suyos en Cristo Jesús.

En el Señor Jesucristo hay justicia para con toda la humanidad, siendo que hay redención para con el que en Él cree y condena para con quien lo rechaza.

Su justicia no tardará mucho en caer sobre vivos y muertos, y ya no habrá quien se libre, porque así lo ha dictaminado:

"He aquí yo vengo pronto, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra."
Apocalipsis 22:12

Hoy Dios está teniendo paciencia con todos los hombres, para que creamos en Él y seamos salvos, antes del gran día en que debamos rendir cuentas delante de Su trono.

Si nacimos de nuevo en Cristo, tengamos paz, pero miremos bien cómo andamos, según la nueva identidad.

Pero si la cosmovisión posmoderna nos tiene absortos en la incredulidad que reza: "Dios no existe y, si existiera, no lo necesitamos", pensemos seriamente ésto: "¿Mi existencia es sólo fruto de la casualidad? ¿Y si existe Dios? ¿No habrá quien me libre de condena? Sí, mediante la fe en Cristo."

Recordando la advertencia e invitación del Señor, en Su palabra, diciéndonos "la paga del pecado es la muerte mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, Señor nuestro", como bien anotó Pablo a los Romanos, meditemos en Jesús, el centro de la justicia, y no desoigamos la voz de la conciencia, avisándonos al modo del Predicador:

"Aún hay esperanza para todo aquel que está entre los vivos; porque mejor es perro vivo que león muerto."
Eclesiastés 9:4























viernes, 3 de marzo de 2023

HIJOS DEL JUEZ JUSTO, 2 Crónicas 19:5-7

HIJOS DEL JUEZ JUSTO, 2 Crónicas 19:5-7

Y puso jueces en todas las ciudades fortificadas de Judá, por todos los lugares. Y dijo a los jueces: Mirad lo que hacéis: porque no juzgáis en lugar de hombre, sino en lugar de Jehová, el cual está con vosotros cuando juzgáis. Sea, pues, con vosotros el temor de Jehová; mirad lo que hacéis, porque con Jehová nuestro Dios no hay injusticia, ni acepción de personas, ni admisión de cohecho.
2 Crónicas 19:5-7

En los pasados devocionales leímos sobre el carácter de Josafat y su firmeza contra la idolatría. También supimos tocante a su posterior emparentamiento con Acab y su colaboración con él, hecho que suscitó la reprensión de Dios a su vuelta a casa.

Pero lejos de quedarse quieto en autolamentaciones, Josafat emprendió de nuevo la obra que había iniciado de conducir al pueblo a Dios y a guardar Su ley.

Hoy vemos cómo, en esa conducción, se dió la tarea de nombrar jueces, asegurando así al pueblo conforme a la ley.

En este nombramiento, Josafat los asevera como jueces guiados por Dios y no por hombres, apuntando un par de directrices muy claras que deberán cumplir en su ministerio.

Primeramente les recuerda cuál debe ser el origen de su justicia, la cual viene de Dios y no de los hombres; para luego puntualizarles qué acciones no concuerdan con la justicia divina y, por tanto, deben desecharlas.

Podría sonar paradójico hablar de una justicia injusta. Lo cierto es que sí que la hay.

Porque, a pesar de que Dios creó al hombre a Su imagen y semejanza, poniendo en él una conciencia apta para hacer el bien, esa conciencia quedó corrompida tras la caída de Adán.

A partir de entonces, la justicia del hombre ha ido degenerándose conforme más se ha alejado de Dios. De modo que cada nación, dispone de su ley, con su propia idea de justicia, y dictada en conformidad con su contexto sociocultural o religioso; de manera que se adapta a su interés humano en lugar de que este interés humano se someta a una sola justicia, verdadera y santa, que es la de Dios.

Es en esta justicia santa y verdadera, en la que Josafat nombra a sus jueces. Una justicia que no hace diferencias entre un hombre y otro, y que no acepta sobornos.

Imaginémonos por un momento que Dios aceptara algún trato humano por encima de Su ley, pues ya no existiría la justicia.

¿Cuántas veces, en nuestra obcecación por hacer lo que nos interesa y no la voluntad de Dios, habremos caído en el soberbio pensamiento de que Dios haría una excepción con nosotros, doblegando Su ley en aquello que, por la Palabra, sabemos de antemano que es pecado?

También nuestro juicio, como hijos de Dios, que es Juez Justo y Verdadero, debe ser recto para con los demás, en el sentido en que si Dios tiene misericordia y paciencia con nosotros, asimismo debemos mostrarlo a los demás, juzgando justamente y para bien, esto es, para edificación, incluso cuando el juicio requiera cuestiones de resolución tajante, como una disciplina o hasta la excomunión de quien se mantiene en su pecado después de su confrontación.

Hablamos del juicio dentro del ámbito eclesial, siendo el creyente el que se sujeta a la ley del Espíritu, por cuanto mora en él, o así debería serlo.

Y es que entre los que formamos el cuerpo de Cristo no debería existir el pleito, cosa que lo hay, confirmando nuestra humanidad e inmadurez, y para corrección y formación en la humildad y la mansedumbre, conforme al carácter de Cristo.

En este sentido, Pablo instruye a los creyentes de Galacia, quienes se habían vuelto juiciosos los unos contra los otros, a raíz de su vuelta a la comprensión de la salvación por obras y no por gracia de Dios, por medio de la fe.

"Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado."
Gálatas 6:1

El juicio justo es aquel en que uno se considera a sí mismo y, en virtud de su redención en Cristo por pura misericordia de Dios y no por mérito humano alguno, reconviene al hermano a través de la Palabra por tal de que por su conciencia y en dirección del Espíritu Santo, pueda ser restaurado y vuelto a la obra en el cuerpo de Cristo.

Porque ninguno de nosotros estamos exentos de caer por haber descuidado la práctica de nuestra fe en el diario vivir. Por tanto, si tenemos derecho a ser perdonados y restaurados como hijos de Dios, ya que en Cristo se llevó a cabo nuestra redención, confirmada por el Espíritu Santo, tanto así nuestro hermano que ha caído necesita ser restaurado.

"Mirad lo que hacéis", advertía Josafat a sus jueces.

Hoy es día de que los hijos del Juez Justo y Verdadero, tomemos las palabras de Josafat como dichas para nosotros, desechando la laxitud humana que entorpece la justicia perfecta y santa de Dios.

Tomaremos también de Pablo la propuesta del ejercicio de autoconfrontación. Sea el Señor guiándonos a toda justicia.

"Así que, cada uno someta a prueba su propia obra, y entonces tendrá motivo de gloriarse sólo respecto de sí mismo, y no en otro; porque cada uno llevará su propia carga."
Gálatas 6:4-5



















ACTITUD VICTORIOSA, 2 Crónicas 20:15-17

ACTITUD VICTORIOSA, 2 Crónicas 20:15-17 Y dijo: Oid, Judá todo, y vosotros moradores de Jerusalén , y tú, rey Josafat. Jehová os dice así: N...